Visitar estos dos link.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Dios, AGUARDA a los malos hasta que se Corrijan.?


Al copiar este articulo favor conservar o citar este link.
     www.iterindeo.blogspot.com
 Visitamos
El Santo Job toleró a este demonio cuando fue atormentado con ambas tentaciones, pero en ambas salió victorioso con el vigor constante de la Paciencia y con las armas de la piedad. 

Primero perdió cuanto tenía, pero con el cuerpo ileso, para que cayese el ánimo, antes de atormentarle en la carne, al quitarle las cosas que más suelen estimar los hombres, y dijese contra Dios algo, al perder aquellas cosas por las que se pensaba que Job servía a Dios. 

Fue afligido también con la pérdida instantánea de todos sus hijos, de modo que los que recibió uno a uno, los perdiera de una vez, como si su mayor número no se le hubiera otorgado para mostrar la plena felicidad, sino para acumular calamidad. 

Al padecer todas estas cosas, permaneció inconmovible en su Dios, apegado a su divina voluntad, pues a Dios no podía perderle sino por su propia voluntad. Perdió las cosas, pero retuvo al que se las quitó para encontrar en él lo que permanece para siempre. Pues tampoco se las había quitado el que tuvo voluntad de dañar, sino el que había dado la potestad de tentar.

Job, fue más cauto que Adán, entonces el enemigo se ensañó con el cuerpo, no en las cosas externas al hombre, sino que hirió, cuanto pudo, al hombre mismo. De la cabeza a los pies ardían los dolores, manaban los gusanos, corría la purulencia. 

Pero el espíritu permanecía íntegro en un cuerpo pútrido y toleró, con una piedad inviolable y una paciencia incorruptible, los horribles suplicios de la carne que se corrompía. La esposa estaba presente, pero no ayudaba nada al marido, sino que más bien le impulsaba a blasfemar contra Dios. 

No se la había llevado el diablo con los hijos como hubiera hecho un ingenuo en el arte de hacer daño, pues en Eva había aprendido cuán necesaria era la esposa al tentador. 

Sólo que ahora no encontró otro Adán a quien pudiera seducir por medio de la mujer. Más cauto fue Job en los dolores que Adán entre flores. 

Éste fue vencido en las delicias, aquél venció en las penas, éste consintió en la dulzuras, aquél resistió en la torturas. 

Estaban también presentes los amigos, pero no para consolarle en el mal, sino para hacerle sospechoso del mal. Pues no podían creer que el que tanto padecía pudiera ser inocente, y su lengua no callaba lo que su conciencia ignoraba.

Así, entre los crueles tormentos del cuerpo, el alma se cubría de falsos oprobios. 

Pero Job toleró en su carne los propios dolores, y en su corazón los ajenos errores. A la esposa corrigió en su insensatez, y a los amigos enseñó la sapiencia, y en todo conservó la paciencia.





La virtud del alma que se llama, Paciencia es un don de Dios 

tan grande, que Él mismo, que nos la otorga, pone de relieve 

la suya, cuando aguarda a los malos hasta que se corrijan. 

Así, aunque Dios nada puede padecer, y el término paciencia se deriva de padecer (patientia, a patiendo), no solo creemos firmemente que Dios es paciente, sino que también lo confesamos para nuestra salvación.

Pero  ¿quién podrá explicar con palabras la calidad y grandeza de la paciencia de Dios, que nada padece pero tampoco permanece impasible, e incluso aseguramos que es pacientísimo? 

Así pues, su paciencia es inefable como lo es su celo, su ira 
y otras cosas parecidas. 

 Porque si pensamos estas cosas a nuestro modo, en Él, ciertamente, no se dan así. En efecto, nosotros no sentimos ninguna de estas cosas sin molestias, pero no podemos ni sospechar que Dios, cuya naturaleza es impasible, sufra tribulación alguna.  

Así, tiene celos sin envidia, ira sin perturbación alguna, se compadece sin sufrir, se arrepiente sin corregir una maldad propia.  Así es paciente sin pasión. Pero ahora voy a exponer, en cuanto el Señor me lo conceda y la brevedad del presente discurso lo consienta, la naturaleza de la paciencia humana de modo que podamos comprenderla y también procuremos tenerla.

La auténtica paciencia humana, digna de ser alabada y de llamarse virtud, se muestra en el buen ánimo, con el que toleramos los males, para no dejar de mal humor los bienes que nos permitirán conseguir las cosas mejores. Pues los impacientes, cuando no quieren padecer cosas malas, no consiguen escapar de ellas, sino sufrir males mayores. 

Pero los que tienen paciencia prefieren soportar los males antes que cometerlos y no cometerlos antes que soportarlos, aligeran el mal que toleran con paciencia y se libran de otros peores en los que caerían por la impaciencia. Pues los bienes eternos y más grandes no se pierden mientras no se rinden a los males temporales y mezquinos: porque no son comparables los padecimientos de esta vida con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros . Y también: lo que en nuestra tribulación es temporal y leve, de una forma increíble, nos produce un peso eterno de gloria .

Veamos, pues, qué duros trabajos y dolores soportan los hombres por las cosas que aman, viciosamente, y cómo se juzgan más felices con ellas cuanto más infelizmente las codician. ¡Qué de cosas peligrosísimas y muy molestas afrontan, con suma paciencia, por unas falsas riquezas, unos vanos honores o unas pueriles satisfacciones! 

Los vemos hambrientos de dinero, de gloria y de lascivia, y, para conseguir esas cosas, tan deseadas y una vez adquiridas no carecer de ellas, soportar, no por una necesidad inevitable sino por una voluntad culpable, el sol, la lluvia, los hielos, el mar y las tempestades más procelosas, las asperezas e incertidumbres de la guerra, golpes y heridas crueles, llagas horrendas. E,  incluso, estas locuras les parecen, en cierto modo, muy lógicas.

Efectivamente, se piensa que la avaricia, la ambición, la lujuria y otros mil pasatiempos más son cosas inocentes mientras no sirvan de pretexto para cometer algún delito o un crimen prohibido por las leyes humanas. 

Es más, cuando alguien soportó grandes trabajos y dolores, sin cometer fraude, para adquirir o aumentar su dinero, para alcanzar o mantener sus honores, o para luchar en la palestra o cazar, o para exhibir algo plausible en el teatro, no parece una nonada dejar sin reprensión esa vanidad popular, sino que es exaltada con las mayores alabanzas, como está escrito: porque se alaba al pecador en los apetitos de su alma . Pues la fuerza de los deseos lleva a tolerar trabajos y dolores, y nadie acepta espontáneamente lo que causa dolor, sino por aquello que causa placer.

Mas, como digo, se juzgan lícitas y permitidas por las leyes, esas apetencias por las que soportan, con la mayor paciencia, trabajos y asperezas, los que inflamados por ellas tratan de satisfacerlas.

¿Y qué decir, cuando los hombres soportan grandes calamidades, no para castigar crímenes notorios sino para perpetrarlos? ¿No nos cuentan los escritores de literatura civil de cierto nobilísimo parricida de la patria que podía soportar el hambre, la sed y el frío, y que su cuerpo podía tolerar el ayuno, el frío, el insomnio más de lo que nadie pudiera creer? ¿Y qué diré de los ladrones que, cuando acechan a los viandantes, pasan noches sin dormir, y para asaltar a los inocentes transeúntes someten su alma dañada y su cuerpo a todas las inclemencias del cielo? Algunos de ellos se atormentan entre sí con tal rigor, que su entrenamiento para los castigos en nada difiere de los castigos, pues tal vez no los tortura tanto el juez para arrancarles la verdad como los torturan sus cómplices para que no canten en el tormento.

 Y, sin embargo, en todo esto, la paciencia es cosa más de admirar que de alabar, mejor dicho, no es de admirar ni de alabar, porque no es tal paciencia.  Es una terquedad admirable, pero no se trata de paciencia.  Aquí no hay, justamente, nada que alabar, nada útil para imitar. Y, si juzgamos rectamente, un alma es digna de tanto mayor suplicio cuanto más somete a los vicios los medios de la virtud. La paciencia es compañera de la sapiencia, no esclava de la concupiscencia; es amiga de la buena conciencia, no enemiga de la inocencia.

Así pues, cuando veas que alguien tolera algo pacientemente, no te apresures a alabar su paciencia mientras no aparezca el motivo de su padecer. Cuando éste es bueno, aquélla es verdadera; cuando éste no se mancha con la codicia, entonces aquélla se aparta de la falsedad; cuando aquél se hunde en el crimen, entonces se yerra en darle a ésta el nombre de paciencia. Pues, así como todos los que saben participan de la ciencia, no todos los que padecen participan de la paciencia, sino que los que viven rectamente su pasión, ésos son alabados como verdaderos pacientes, y son coronados con el galardón de la paciencia.

Los humanos, por esta vida temporal y su salud, toleran males horrendos, de modo admirable, incluso por sus pasiones y sus crímenes, así nos amonestan cuánto hemos de sufrir por una vida buena, para que luego pueda ser eterna, y sin ningún límite de tiempo ni detrimento de nuestro interés, con una felicidad verdadera y segura. 

El Señor ha dicho: 
en vuestra paciencia 
poseeréis vuestras almas. 

No dijo: Poseeréis vuestras fincas, vuestras honras y vuestras lujurias, sino vuestras almas. Si tanto sufre el alma para alcanzar la causa de su perdición, ¿cuánto debe sufrir para no perderse?  Y, para mencionar algo que no es pecaminoso, si tanto sufre por la salud de su cuerpo en las manos de los médicos que cortan o cauterizan, ¿cuánto debe sufrir por su salvación entre los arrebatos de sus enemigos? Los médicos tratan el cuerpo con tormentos para que no muera, pero los enemigos nos amenazan con castigos y la muerte corporal, para empujarnos al infierno donde mueran cuerpo y alma.

Verdad es que miramos más prudentemente por el propio cuerpo cuando despreciamos su salud temporal, por la justicia, y por la justicia toleramos con paciencia los castigos y la muerte. Porque de la redención última y definitiva del cuerpo habla el Apóstol cuando dice: dentro de nosotros, gemimos, esperando la adopción de hijos, la redención de nuestro cuerpo. Después prosigue: en esperanza hemos sido salvados; pero la esperanza que se ve no es esperanza, ya que lo que uno ve, ¿cómo lo espera?, y si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos .

Así pues, cuando nos torturan algunos males pero no nos destruyen las malas obras, no solo poseemos nuestra alma por la paciencia, sino que cuando por la paciencia se aflige y se sacrifica el cuerpo temporalmente, se lo recupera con una salud y una seguridad eterna, y por el dolor y la muerte se conquista una salud inviolable y una inmortalidad feliz. 

Por eso, Jesús, al exhortar a sus mártires a la paciencia, les prometió también la integridad futura del mismo cuerpo que no ha de perder, no digo ya un miembro, sino ni siquiera un pelo: En verdad os digo, dice, que no perecerá un cabello de vuestra cabeza . Y como dice el Apóstol: nadie tuvo jamás odio a su carne . Vele, pues, el hombre fiel más por la paciencia que por la impaciencia, por la salud de su carne y compare los dolores del presente, por grandes que sean, con la inestimable ganancia de la incorrupción futura.

Así pues, aunque la paciencia sea una virtud del espíritu, el alma ha de practicarla tanto en sí misma como en su cuerpo. En sí misma se practica la paciencia cuando, mientras el cuerpo permanece ileso e intacto y se lo incita a una acción desafortunada, como una torpeza de obra o se le invita de palabra a ejecutar o decir algo que no es conveniente o decente, y sufre con paciencia todos los males para no cometer mal alguno de palabra o de obra.

Hijo, al entrar al servicio de Dios, mantente en justicia y temor, y prepara tu alma para la tentación. Humilla tu corazón y aguanta, para que, al final, florezca tu vida. 

Acepta todo lo que te sobrevenga, aguanta en el dolor y sé paciente con humildad. Porque se prueba a fuego el oro y la plata, pero los hombres se hacen aceptables en el camino de la humillación . Y en otro lugar se dice: Hijo, no decaigas en la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por Él. 

Pues al que Dios ama, le castiga; y azota a todo hijo que le es aceptable . Aquí se dice hijo aceptable como arriba se dijo hombres aceptables. Pues es muy justo que los que fuimos expulsados de la felicidad primera del paraíso, por una apetencia contumaz de las delicias, seamos aceptados de nuevo por la paciencia humilde de los trabajos. Hemos sido fugitivos por hacer el mal, pero seremos acogidos por padecer el mal. Porque allí delinquimos contra la justicia, y aquí sufrimos por la justicia.
Al copiar este articulo favor conservar o citar este link.
     www.iterindeo.blogspot.com
 Visitamos

jueves, 27 de septiembre de 2012

Dios decreta nadie padezca Injustamente?



 Así como las almas, con voluntad capaz de dañar y entendimiento para pensar, están ordenadas por la ley divina, para que nadie padezca injustamente, del mismo modo, todas las cosas, animales y corporales, cada una según su género y orden, están sometidas a la ley de la divina Providencia y son gobernadas por ella. 

Por eso dice el Señor: ¿No se venden dos pájaros por un as, y no cae en tierra uno de ellos sin la voluntad de vuestro Padre?  Pues esto lo dijo para mostrar que la omnipotencia divina gobierna incluso lo que los hombres consideran muy vil. 

Así, atestigua la Verdad que Dios alimenta las aves del cielo, viste a los lirios del campo y tiene incluso contados los cabellos de nuestra cabeza.

 Pero como Dios cuida, por sí mismo, de las puras almas racionales, ya se trate de los grandes y óptimos ángeles, ya de los hombres, que le sirven con toda su voluntad, y lo demás lo gobierna por medio de ellos, con toda verdad se pudo decir también lo del Apóstol:¿acaso se cuida Dios de los bueyes?  En las santas Escrituras, Dios enseña a los hombres cómo han de comportarse con los otros hombres y servir al mismo Dios. 

Ya saben ellos, por sí mismos, cómo tratar a sus animales, esto es, cómo cuidar su salud, dada la experiencia, la pericia y la razón natural, unas dotes que han recibido de los grandes tesoros de su Creador. 

Así pues, el que pueda, entienda cómo Dios su Creador gobierna a todas sus criaturas por medio de las almas santas, que son sus ministros en el cielo y en la tierra. Esas almas santas fueron hechas por Él y mantienen el primado de todas sus criaturas. El que pueda, pues, entender, entienda y entre en el gozo de su Señor.

Pero si no podemos entenderlo mientras vivimos en este cuerpo y peregrinamos alejados del Señor  gustemos al menos cuán suave es el Señor , que nos dio las arras del Espíritu, con el que podamos experimentar su dulzura, y codiciemos la fuente misma de la vida, en la que, con sobria embriaguez, seamos regados e inundados, como el árbol plantado al borde de la corriente de agua , que da fruto a su tiempo y sus hojas nunca caen

Pues dice el Espíritu Santo: Los hijos de los hombres esperarán a la sombra de tus alas, se embriagarán de las riquezas de tu casa y los abrevarás en el torrente de tus delicias. Porque en ti está la fuente de la vida. 

Esa embriaguez no quita el sentido, sino que lo arrebata hacia lo alto y produce el olvido de las cosas terrenas, de modo que podamos decir, de todo corazón: 
Como desea el ciervo las fuentes de agua, 
así te desea a ti mi alma, 
¡oh Dios! 

El libre Albedrío
Pero si acaso no somos capaces de gustar la dulzura del Señor, a causa de las enfermedades que el alma contrajo por el amor de este mundo, creamos a la autoridad divina que en las Escrituras santas habló acerca de su Hijo, que como dice el Apóstol: vino a ser del linaje de David según la carne . 

Como está escrito en el Evangelio: todo fue creado por Él y sin Él nada se hizo . Él se compadeció de nuestra flaqueza, flaqueza que no es obra suya, sino que hemos merecido por nuestra voluntad. Pues Dios hizo al hombre inmortal y le dotó de libre albedrío  ya que no sería perfecto si hubiese tenido que cumplir los mandamientos de Dios por la fuerza y no de grado. Todo esto, a mi juicio, es muy fácil de entender, pero no quieren entenderlo los que abandonaron la fe católica y quieren llamarse cristianos. 

Pues si con nosotros confiesan que la naturaleza humana no se cura sino haciendo el bien, confiesen que no se debilita sino pecando. Por lo tanto, no podemos creer que nuestra alma sea sustancia divina, porque, si lo fuese, no se podría deteriorar ni por su propia voluntad ni por ninguna necesidad imperiosa. 

Pues es bien sabido que Dios es inmutable para todos aquellos que no se empeñan en disputas, celos y deseos de vanagloria y en hablar de lo que no saben, sino que, con humildad cristiana, perciben la bondad de Dios y le buscan con un corazón sencillo. 

El Hijo de Dios se dignó asumir esta nuestra flaqueza: y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. No porque su eternidad fuera suplantada, sino porque mostró a la mirada mudable humana la criatura mudable que asumió con inmutable majestad.

Dios Decreto la Conveniencia de la encarnación 
 para liberar al hombre

Realmente son unos necios los que dicen: ¿No podía la Sabiduría divina liberar al hombre de otro modo sino asumiendo al hombre, naciendo de mujer y padeciendo tanto de parte de los pecadores?

A éstos les decimos: Podía perfectamente. Pero, si lo hubiese hecho de otro modo, también hubiese disgustado a vuestra necedad. Si no hubiese aparecido a los ojos de los pecadores, no hubiesen podido contemplar su esplendor eterno, visible a la mirada interior pero invisible a las mentes corruptibles. Pero ahora, al dignarse instruirnos con su apariencia visible para disponernos a lo invisible, disgusta a los avaros porque no tuvo un cuerpo de oro, disgusta a los impuros porque nació de mujer, y los impuros odian muchísimo el que las mujeres conciban y den a luz, disgusta a los altivos porque sufrió con paciencia las injurias, disgusta a los sibaritas porque fue atormentado, y disgusta a los medrosos porque padeció la muerte. 

Y para que no parezca que defienden sus vicios, dicen que eso no les disgusta en los hombres, sino en el Hijo de Dios. Pues no entienden en qué consiste la eternidad de Dios que asumió al hombre, ni en qué consiste esa misma criatura humana, que con esas mutaciones fue reconducida a su antigua firmeza, para que aprendiéramos, por la enseñanza divina, que la enfermedad contraída por el pecado se cura con la virtud. 

Así, también se nos mostraba a qué grado de caducidad había llegado el hombre, por su pecado, y de qué fragilidad fue liberado con el auxilio divino.

Para eso el Hijo de Dios asumió al hombre y en él padeció los achaques humanos. Esta medicina del género humano es tan alta que no podemos ni imaginarla. 

Porque ¿qué soberbia podrá curarse si no se cura con 
la humildad del Hijo de Dios? 
¿Qué avaricia podrá curarse si no se cura con la pobreza del Hijo de Dios? ¿Qué ira podrá curarse si no se cura con la paciencia del Hijo de Dios? 
¿Qué impiedad podrá curarse si no se cura con 
la caridad del Hijo de Dios? Finalmente, 
¿qué miedo podrá curarse si no se cura con la resurrección 
del cuerpo de Cristo el Señor? 

Levante el género humano su esperanza y reconozca su naturaleza y vea qué alto lugar ocupa entre las obras de Dios. No os menospreciéis, ¡oh varones!, pues el Hijo de Dios se hizo varón. No os menospreciéis, ¡oh mujeres!, pues el Hijo de Dios nació de mujer.

Pero tampoco améis lo carnal, pues, en el Hijo de Dios, no somos ni varón ni mujer. No améis las cosas temporales, porque si pudieran amarse rectamente, las hubiese amado el hombre asumido por el Hijo de Dios. No temáis las afrentas ni la cruz ni la muerte, porque si dañasen al hombre no las hubiera padecido el hombre que asumió el Hijo de Dios.

Toda esta exhortación que, ahora, por doquier se pregona y venera, que cura a toda alma obediente, no entraría en las vidas humanas si no se hubiesen realizado todas esas cosas que tanto disgustan a los necios. ¿A quién se dignará imitar la ambiciosa altivez, para llegar a gustar la virtud, si se avergüenza de imitar a aquel de quien se dijo, antes de nacer, que será llamado Hijo del Altísimo, y que de hecho así es ya llamado por todo los pueblos, cosa que nadie puede negar?

Si tan alta estima tenemos de nosotros mismos, dignémonos imitar a aquel que se llama Hijo del Altísimo. Si nos tenemos en poco, osemos imitar a los publicanos y pecadores que le imitaron a Él. 

¡Oh medicina que a todos aprovecha: reduce todos los tumores, purifica todas las podredumbres, suprime todo lo superfluo, conserva todo lo necesario, repara todo lo perdido, corrige todo lo depravado! 

¿Quién se enorgullecerá contra el Hijo de Dios?

 ¿Quién desesperará de sí, cuando el Hijo de Dios quiso ser tan débil por él? 

¿Quién pondrá la vida feliz en aquellas cosas 
que el Hijo de Dios enseñó a despreciar? 

¿A qué adversidades cederá, quien cree que la naturaleza humana fue preservada, por el Hijo de Dios, entre tantas persecuciones? 

¿Quién pensará que tiene cerrado el reino de los cielos, cuando sabe que los publicanos y las meretrices imitaron al Hijo de Dios? 

 ¿Y de qué maldad no se librará quien contempla, ama e imita los hechos y dichos de aquel hombre en el que el Hijo de Dios
 se nos ofreció como ejemplo de vida?

La Fe cristiana Reina y Vence. 

Así pues, Hombres y mujeres, y de toda edad y dignidad de este mundo, se nos exhorta a la esperanza de la vida eterna. Unos, abandonando los bienes temporales, vuelan a los divinos. Otros se humillan ante las virtudes de los que eso hacen, y alaban lo que no se atreven a imitar

Unos pocos aún murmuran y se retuercen de vana envidia, son los que buscan sus cosas en la Iglesia aunque parezcan católicos, son los herejes que pretenden gloriarse con el nombre de Cristo, o los judíos que desean defender el pecado de su impiedad o los paganos que temen perder la curiosidad de su vana licencia. 

Pero la Iglesia católica, difundida a lo largo y lo ancho de todo el Mundo, que quebrantó el ímpetu de todos ellos en tiempos pasados, se robustece más y más, no con la resistencia, sino con la tolerancia. 

Apoyada en su fe, se ríe de los problemas insidiosos que ellos presentan, con diligencia los discute, con inteligencia los resuelve. No se cuida de la paja de sus acusadores, ya que distingue con cautela y diligencia el tiempo de la cosecha, el de la era y el del granero. Corrige a los que denuncian su grano y a los que yerran, o cuenta entre las espinas y la cizaña a los envidiosos.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿Cómo viven los demonios en el cielo?...



...si son príncipes de las tinieblas?


El Apóstol recuerda que combate, dentro de sí, contra los poderes exteriores. Dice así: No peleamos contra la carne y la sangre, sino contra los príncipes y potestades de este mundo y los gobernadores de estas tinieblas, contra los malvados espíritus que habitan en el cielo . Con el término "cielo" se designa el aire, en el que se forman los vientos y las nubes, las borrascas y torbellinos, como atestigua la Escritura en muchos pasajes: y tronó desde el cielo el Señor , y las aves del cielo , y los pájaros del cielo , pues es manifiesto que la aves vuelan en el aire. 

Nosotros mismos tenemos la costumbre de llamar cielo al aire, y, así, cuando preguntamos si hace sereno o nuboso, unas veces decimos: ¿Cómo está el aire?, y otras: ¿Cómo está el cielo? Digo esto para que nadie piense que los demonios habitan donde Dios colocó el sol, la luna y las estrellas. A estos demonios malos el Apóstol los llamó espirituales porque en las divinas Escrituras se llama también espíritus a los ángeles malos. Y se dice que son gobernadores de estas tinieblas, porque llama tinieblas a los pecadores, a quienes los demonios dominan. Por eso, en otro lugar dice: en otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor , pues los que eran pecadores ya habían sido justificados. No pensemos, pues, que el diablo y sus ángeles habitan en el sumo cielo, de donde creemos que cayeron.


¿La gracia de Cristo vence al diablo?

La corona de la victoria no se promete sino a los que luchan. En la divinas Escrituras vemos que, con frecuencia, se nos promete la corona si vencemos. Pero para no ampliar demasiado las citas, bastará recordar lo que claramente se lee en el apóstol San Pablo: terminé la obra, consumé la carrera, conservé la fe, ya me pertenece la corona de justicia . Debemos, pues, conocer quién es el enemigo, al que si vencemos seremos coronados. 

Ciertamente es aquel a quien Cristo venció primero, para que también nosotros, permaneciendo en Él, le venzamos. Cristo es realmente la Virtud y la Sabiduría de Dios, el Verbo por quien fueron creadas todas las cosas, el Hijo Unigénito de Dios, que permanece inmutable siempre sobre toda criatura. Y si bajo Él está la criatura, incluso la que no pecó , ¿cuánto más lo estará toda criatura pecadora? Si bajo Él están los santos ángeles, mucho más los estarán los ángeles prevaricadores cuyo príncipe es el diablo. Pero como el diablo defraudó nuestra naturaleza, el Hijo único de Dios se dignó tomar esa misma naturaleza, para que, por ella misma, el diablo fuera vencido. Así, Él, que tuvo siempre sometido al diablo, le sometió también a nosotros. A él se refiere cuando dice: el príncipe de este mundo ha sido arrojado fuera . 

No porque fuera expulsado del mundo, como dicen algunos herejes, sino que fue arrojado del alma de los que viven unidos al Verbo de Dios y no aman al mundo del que él es el príncipe porque domina a los que aman los bienes temporales que se poseen en este mundo visible. No quiero decir que él sea el dueño de este mundo, sino que es el príncipe de las concupiscencias con las que se codicia todo lo pasajero. Así, somete a los que aman los bienes caducos y mudables y se olvidan del Dios eterno. Pues: raíz de todos los males es la codicia, a la que algunos amaron y se desviaron de la fe, y, así, se acarrearon muchos sufrimientos . Por esta concupiscencia reina el diablo en el hombre y posee su corazón. Esos son los que aman este mundo. Pero se renuncia al diablo, que es el príncipe de este mundo, cuando se renuncia a las corruptelas, a las pompas y a los ángeles malos. Por eso, el Señor, al llevar en triunfo la naturaleza humana, dice: Sabed que yo he vencido al mundo .

¿Modo de vencer al diablo?

Pero muchos dicen: ¿Cómo podemos vencer al diablo si no le vemos? Tenemos ya un Maestro que se ha dignado mostrarnos cómo se vencen los enemigos invisibles. Pues de Él dice el Apóstol: se desnudó de la carne y sirvió de modelo a principados y potestades, al triunfar confiadamente de ellos en sí mismo . Vencemos las potestades hostiles invisibles cuando vencemos las apetencias invisibles. Y por eso, cuando vencemos en nosotros la codicia de los bienes temporales, necesariamente vencemos en nosotros al que reina en el hombre por esa codicia. Pues, cuando se le dijo al diablo: comerás tierra, se le dijo al pecador: eres tierra y tierra te volverás  Así, el pecador fue dado como alimento al diablo. No seamos tierra si no queremos ser devorados por la serpiente. Pues, así como lo que comemos se convierte en nuestro cuerpo, y el mismo alimento se hace aquello mismo que somos por el cuerpo, así también, por las malas costumbres, por la malicia, la soberbia y la impiedad, se hace uno, como el diablo, esto es, igual a él, y se somete a él, como nuestro cuerpo nos está sometido. 

Y esto es lo que significa ser devorados por la serpiente. Así pues, todo el que tema aquel fuego que está preparado para el diablo y sus ángeles , trabaje para triunfar de aquél en sí mismo. Pues a los que nos combaten desde fuera, los vencemos desde dentro cuando vencemos las concupiscencias por las que ellos nos dominan. Porque únicamente a los que encuentran iguales que ellos, los llevan consigo al suplicio.


martes, 25 de septiembre de 2012

¿LA GUARDA DE LA CASTIDAD .?



¿ Y LA PUREZA DE CORAZÓN ?

La vida de los santos ha consistido en esta lucha continua; 
y en esta guerratendrás que luchar tú hasta que mueras.

"Tal es el combate que tienes que sostener: una lucha continua contra la carne, el
demonio y el mundo. Pero no temas; porque aquél que nos manda pelear no es
un espectador indiferente, ni tampoco te ha dicho que confíes en tus solas fuerzas


Lucha: La corona de la victoria se ha prometido únicamente a los que combaten.
El apóstol San Pablo nos dice claramente: He terminado mi obra, he concluido mi
carrera, he guardado la fe; nada me resta sino aguardar la corona de justicia que
me está reservada (Tm 4,7).

Conoce a tu enemigo, y si sales vencedor, serás
coronado.

Tu enemigo es tu propio deseo: eres tentado, cuando eres atraído y halagado por
tu propio deseo; después, tu deseo, llegando a concebir, pare el pecado, el cual,
una vez consumado, engendra la muerte.

Lucha contra tus malos deseos. En el bautismo se te borraron los pecados, pero
quedó la concupiscencia, y por ello, aunque regenerado, debes luchar contra ella.
Lucha, lucha con esfuerzo: El mismo que te regeneró es el juez de la lucha; y el
mismo que te ha hecho descender a la arena está dispuesto para coronarte si
obtienes la victoria.

Una cosa es, sin combatir, disfrutar de paz verdadera y perpetua; otra, combatir
y conseguir victoria; otra, combatir y ser vencido; y otra, sin pelear, ser juguete
del enemigo.

Si  la  razón  de  no  luchar  es  porque  no  detestas  el  mal,  ya  eres  víctima  de  tu
Malicia.  Si entras a la lucha confiado en tus propias fuerzas, por este acto de
Soberbia saldrás mal parado. Combatiste,  es cierto; pero fuiste vencido. Para
Vencer, coloca tu esperanza en aquél  que te ha mandado combatir, y con el
Auxilio del que te ha ordenado que combatas, conseguirás  el triunfo de tu
Enemigo.

Pero una cosa es no sentir los aguijones del deseo y otra no dejarse arrastrar por
sus impulsos. No sentir los malos deseos es del hombre perfecto; no seguir sus
inclinaciones es propio del que lucha, del que combate y se afianza en su posición. Mientras dura el combate, ¿por qué desesperar de la victoria?

Bien sé que tú desearías no tener deseo alguno que te solicitase a malos o ilícitos
placeres. ¿Qué santo no deseó esto mismo?  Pero  éste  es  un  deseo  inútil:

mientras se vive en este mundo, será una aspiración irrealizable. La carne tiene
tendencias contrarias al espíritu, y el espíritu aspiraciones opuestas a la carne, y siendo éstas las dos partes combatientes, muchas veces no puedes hacer aquello que quisieras. Por eso camina guiado por la ley del espíritu, y ya que no puedes destruir en ti los deseos del hombre carnal, ponte en guardia para no secundarlos.

 Si tu espíritu no ha entablado lucha con las pasiones, mira si esto procede de
haber pactado con el enemigo una paz vergonzosa.

¿Qué esperanza de conseguir victoria final puedes abrigar no habiendo
aún comenzado a pelear?
Resiste a las tentaciones. Con no consentir ya has obtenido victoria.

¿Se sublevan? Sublévate. ¿Luchan? Lucha tú también. ¿Te atacan? Ataca tú.
Atiende sólo a que no te venzan nunca. Este combate durará siempre; pues si
bien las pasiones pueden debilitarse con el tiempo, jamás desaparecen.

Tus preceptos, Señor y Dios mío, serán mis armas. Haz que escuche tu voz, a fin
de armarme con lo que voy oyendo. Con la ayuda de tu Espíritu seré dueño de mi
mismo. Si las bajas pasiones se encienden, y Tú me ayudas a dominarme, ¿qué
podrán contra mí?

Sujeta mis pies para que no caminen hacia lo prohibido; refrena mis ojos para
que no se vuelvan a lo malo; cierra mis oídos para que no escuchen 
voluntariamente palabras lascivas; 
sujeta todo mi cuerpo, de uno a otro costado y desde la cabeza a los pies.


Estás navegando en un mar en que nunca faltan vientos y tempestades; habrás
visto muchas veces zozobrar y casi sumergirse tu navecilla bajo las olas
enfurecidas de las tentaciones

Si tienes fe, tienes también contigo a Cristo, porque Cristo  habita en nuestros
corazones por la fe. De aquí resulta que tener fe en Cristo es tener a Cristo en tu
corazón.

Dormía Cristo en la barca y temblaban los apóstoles; rugía el viento,
embravecíanse las olas y se sumergía la nave porque Jesús dormía. Lo mismo te
ocurre a ti cuando te combaten los vientos de la tentación en este mundo: tu
corazón se agita como la nave.

Tu barca se agita y amenaza naufragio,
porque Cristo duerme dentro de ti.
¿Por qué hablas así? ¿Por qué te asustan las olas y las tempestades
de este mar del  mundo?

Porque  a  Jesús  lo  tienes  dormido,  porque  tu  fe  en  Cristo  Jesús dormita en tu corazón. Despierta a Jesús en ti y dile de corazón: "¡Maestro, que perezco! Me aterran los peligros del mundo; ¡estoy perdido!".  Al despertar Cristo, cesará la tempestad de agitar tu corazón y las olas desistirán de  anegar  la  nave,  porque  tu  fe  dominará los vientos y las olas y se alejará el peligro.

La vida de los santos ha consistido en esta lucha continua; 
y en esta guerra tendrás que luchar tú hasta que mueras.

El diablo está al acecho para ver cuándo resbala tu pie, a fin de hacerte caer en
tierra. El observa tu talón; tú atiende a su cabeza. Su cabeza es el principio de la
mala insinuación. Por tanto, apenas empiece a sugerirte malos deseos, recházale
pronto, antes de experimentar algún agrado que pueda arrastrar tras de sí el
consentimiento. De este modo tú esquivarás su cabeza y él no podrá apresar tu
talón.

Siempre que te venga a la mente el deseo de algo ilícito, aparta de él tu atención,
para no consentir. Esta imaginación es la cabeza de la serpiente; aplástala y te
librarás de otros movimientos pecaminosos. Resiste desde el principio a la
insinuación porque el diablo está atento a tu talón, a tu tropiezo.

Si tropiezas, caerás, y en cuento caigas, serás su posesión. Para no caer, procura
no salirte del camino. Estrecho es el sendero que el Señor te ha trazado, pero
fuera de él no hay más que tropiezos. Cristo es la verdadera luz y Cristo es el
camino. Caminas por Cristo y vas a Cristo. Si te separas de Cristo, te escondes de
la luz y te apartas del camino.

 La serpiente no cesa de aconsejarte el mal; te dice: « ¿Por qué vives así? ¿Acaso
eres tú el único cristiano? ¿Por qué no haces lo que hacen otros?». El enemigo no
ceja nunca: insistirá y procurará vencerte, invocando el ejemplo de los malos
cristianos.

Examina tu modo de obrar y no imites  a los malos cristianos. No digas: «Haré
esto, porque son muchos los fieles que  lo hacen». Esto no es preparar las
defensas del alma, sino más bien buscar  compañeros para el infierno. Procura
crecer en el campo del Señor, donde  encontrarás buenos cristianos que te
llenarán de gozo si es que tú eres bueno también.

Ataca desde fuera la ciudad amurallada, pero no puede rendirla.
El tentador no cesa de llamar una y otra vez para entrar; pero si una y otra vez la
encuentra cerrada, sigue su camino.
Supongamos que el fuego de la tentación  arde dentro de tu alma: si en ella
encuentra oro y no paja, te purificará en vez de reducirte a cenizas.
Aunque te parezca que la fortuna te sonríe, no presumas de tus fuerzas ni entres
en diálogo con tus pasiones. Funda sobre Cristo tu edificio, a fin de que no seas
arrastrado por las aguas, el viento o las lluvias.  Pasará el cautiverio, llegará la felicidad, será confundido tu enemigo y habrás triunfado para siempre con Dios.

Todos los días me combaten algunas tentaciones. El atractivo de los placeres me
hace guerra continua; y aunque no consienta, sin embargo, me molesta esta
lucha y corro peligro de quedar vencido. Y cuando por no consentir quedo
triunfante, me cuesta todavía resistir a los atractivos del placer.

Escúchame, te ruego, Señor; clamo  a Ti, que estás dentro de mí para
escucharme. Purifica la morada íntima  de mi corazón, ya que dondequiera que
esté y en cualquier parte que ore, Tú,  que escuchas, estás dentro de mí, sí,
dentro, en lo más secreto; porque Tú que me oyes, no estás fuera de mí.

Pero si me molestan las tentaciones,
dirigiré una mirada a Ti, pendiente de la cruz.

Corrige a tu Amigo :
 Dice el Señor: Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros
(Jn 13,34). Lo nuevo en el mandato de  Cristo está en que debemos amarnos
mutuamente como Él mismo nos amó . Hermano mío, practica este
amor y vive tranquilo.

¿Tienes que reprender a alguno? Esto lo hace el amor, no la crueldad. Pongamos
un ejemplo: hay uno que odia a su enemigo y, sin embargo, finge amistad con él;
y cuando le ve cometer el mal, le alaba, a fin de que, rodando por el precipicio,
vaya a dar al fondo del abismo, corriendo ciego tras sus pasiones desordenadas,
de modo que no pueda volver atrás. Para esto le alaba y emborracha con sus
adulaciones. Es decir, le odia y le alaba.

Tú, al contrario, cuando veas a tu amigo conducirte de modo semejante, debes
amonestarle; si no te escucha, emplea palabras graves y severas; grítale,
incrépale y, si es necesario, procésale.

Que tu caridad sea celosa del bien del prójimo, para corregir y para enmendarle.
Si las costumbres de tu prójimo son intachables, ámale y alégrate; si son malas,
no tengas reparo en hacerle las reflexiones convenientes para corregirle.
No debes amar el error en el hombre, sino al hombre; el hombre es criatura de
Dios, el error es obra del hombre.
Paciencia del Señor con los Pecadores :
Aunque debes confiar mucho en la misericordia de Dios, debes también tener
presente a toda hora su justicia. Con justicia ha de juzgarte el que te redimió con
misericordia.  El que durante tanto tiempo te haya perdonado tantas veces no es señal de indiferencia, sino de paciencia. Ni ha sufrido menoscabo su poder, antes bien te
ha proporcionado tiempo para hacer penitencia. Tanto como misericordioso,
mientras vivamos en este mundo, será justo en el otro para dar a cada uno lo
que sus obras merezcan.

Ahora es el tiempo de la misericordia; por eso, si cuando le vuelves la espalda te
llama y cuando te conviertes te concede el perdón de los pecados, todo esto es
paciencia que usa contigo en espera de tu conversión. No dejes, pues, pasar este
tiempo precioso de la misericordia; no, no lo dejes pasar.

¿Fuiste malo ayer? Sé bueno hoy. ¿Has pasado también en pecado el día de hoy?
Pues al menos mañana cambia de vida.

Siempre lo dejas para más adelante, abusando de la misericordia divina, como si
el  que  te  ofrece  el  perdón  te  prometiera  al  mismo  tiempo  una  vida  larga.
Humíllate ahora, confiesa haber andado por malos derroteros y sigue el camino
recto; porque en la otra vida serán confundidos todos los que no se humillaren
para recobrar la vida espiritual. Dios te facilita ahora este camino de saludable
confusión, con tal que no deprecies el remedio de la confesión.

En cuanto empieces a disgustarte de  ti mismo, te ayudará Dios con su
misericordia; y al verte deseoso de castigarte, te concederá el perdón. El
reconocimiento de tu iniquidad te trae la indulgencia divina.

Cambia de vida ahora que puedes hacerlo; echa mano al arado para cultivar tu
tierra endurecida; arranca las piedras y destruye las malezas. No sea tu corazón
como tierra endurecida, en que no penetra la semilla de la palabra de Dios. No
digas jamás: "He pecado y nada desagradable me ha ocurrido". Dios sigue siendo
omnipotente y te exige que hagas penitencia.

Si has tenido la desgracia de pecar, mira la gravedad de la herida; pero no de
modo que desesperes de la majestad del médico. Ahora es tiempo de
misericordia para enmendarte.

¿Ofendiste a Dios?

Arrepiéntete pronto. No has concluido aún tu peregrinación;
aún te queda tiempo para hacerlo. No desesperes, porque éste sería el mayor mal
de los males; más bien clama al Señor como David: Piedad de mí,
Dios mío, portu gran misericordia —Salmo 50,3

¡Qué Dulce es el Señor!
¡Qué suave vida sería no tener deseos desordenados! ¡Oh, dulce vida!
Dulce es también el placer del pecado;  de lo contrario, los hombres no lo
seguirían. Los teatros, los espectáculos, las torpes canciones, dulzuras son de la
concupiscencia, que realmente deleitan, pero no según tu ley, oh Señor.

¡Dichosa  el  alma  que  se  complace  en  las  dulzuras  de  tu  ley,  en  la  que  no  la
contamina torpeza alguna, sino que la purifica el aire fresco de la verdad!
Tú eres suave, oh Señor; con tu suavidad enséñame tus bondades.

Cierto que cuando el mal me solicita y  es dulce me resulta amarga la verdad.
Enséñame con tu suavidad, de modo que me sea agradable la verdad y tu dulzura
me haga despreciar la iniquidad.

Mucho mayor y más suave es la verdad; pero, como sucede con el pan, no es
agradable más que para los sanos. ¿Qué cosa mejor y más excelente que el pan
del cielo? Nada, en verdad, pero sólo para el que no padezca la dentera de la
maldad.  ¿De  qué  me  sirve  alabar  el  pan,  si  vivo  mal?
No  me  nutro  de  lo  que alabo.

Escucho la palabra de la justicia y de  la verdad, y la alabo; pero la mejor
alabanza sería practicarla.
¡Ayúdame, Señor, a practicar lo que alabo!